A propósito de todos los santos…
O el día de los muertos, como dicen en México, y donde lo celebran llevando música y fiesta a sus coloridos cementerios, y poniendo en las casas altares con calaveritas de azúcar…pensar en la muerte suele ser un buen estímulo para empezar a encontrar la belleza de la vida, de esta breve pero memorable aventura en la que hemos tenido la suerte de aparecer como protagonistas…
Me acordaba de Karen, una amiga mía budista que decía que durante su embarazo no podía dejar de hablar sobre la muerte ante el disgusto de su marido, que le recriminaba su «tétrica forma de pensar» precisamente en el momento en el que ella estaba incubando más vida. Y Karen intentaba explicarle que era muy duro pensar en ello, pero que una vez entendido que nos íbamos a morir es cuando llegaba realmente la felicidad («here comes the joy!»).
Porque sí, todos tenemos más o menos claros que nos vamos a morir, pero: ¿nos lo creemos realmente, de corazón, hemos pensado en ello alguna vez? Creo que más de uno hemos intentado caminar por la vida negando el hecho de nuestra propia mortalidad. Y no es para menos: morir es alejarte de todo lo conocido, como ser lanzado de repente desde una nave espacial y llegar solo y desnudo a un planeta donde no conoces a nadie ni hablas el idioma, sin dinero, ni pasaporte, sin entender nada…Y además, si nos vamos a morir, ¿cuál es el sentido de todo esto? ¿Cuál es el sentido de querer seguir vivo y llevar a cabo todas las acciones que se necesitan para ello, y que a veces no son nada agradables, si tarde o temprano nos hemos de morir?
Así que la muerte, yu yu, hablemos de ello lo menos posible. De nuestra propia muerte.
Pero nosotros, yogis, que pretendemos vivir un poco más despiertos deberíamos hacer precisamente lo contrario. Pensar mucho en ello, hasta que nos lo creamos de verdad. «El libro tibetano de los vivos y los muertos» aconseja ejercicios que incluyen visualizar tu propio cadaver, tu funeral, la tristeza de tus familiares.
Todo con el fín de, repito, llegar a creernos que sí,nos vamos a morir algún día. Esa es nuestra principal certeza. Y se pueden sacar dos conclusiones de ello:
– la primera, que una vez que entendamos que esto no es más que un regalo que nos han concedido y que no va a durar siempre, tal vez podemos empezar a disfrutarlo más, a desdramatizar, a desidentificarnos con el papel que estamos representando en esta obra (precisamente para poder llevarlo a cabo con más gracia, talento y eficiencia), a darnos cuenta de la suerte que tenemos y apreciar la belleza inmensa de esta existencia.
– y, por otro lado, siguiendo las tradiciones espirituales donde hunde sus raíces el yoga (budismo, hinduísmo), deberíamos prepararnos porque esta muerte que nos espera con certeza no será el final ( de nuestro alma para los hinduístas). Seguiremos probablemente encadenados a la rueda de la metempsicosis, de las continuas reencarnaciones, volveremos a tener otras oportunidades de venir a este mundo a saldar nuestras deudas kármicas…pero tal vez no sean tan buenas como ésta en la que estamos ahora.
Tanto si crees en la reencarnación como si no, imagina llegar al momento de tu muerte y poder sentir la paz de no haber hecho mal a nadie, de no haber abusado, robado, o usado la violencia. Y eso incluye también haber sido feliz, porque si tu eres feliz todo el universo se beneficia de ello. (Mientras que nadie saca nada de tu culpa, tu desesperación o tu ángustia).
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Abrazos